Natalia Gomez
Huatusco en Lìnea
HUNTSVILLE, Texas.— “Siempre hay fe y esperanza”, eso dijo su padre Héctor
a las 11:30 de la mañana afuera de la prisión de Polunsky, en Livingston, donde
visitó por poco más de dos horas a su hijo Édgar Tamayo.
El señor Héctor conservó la esperanza junto con unos
20 familiares más, hasta el último minuto, de los 180 que fue retrasada su
ejecución, prevista para las 18:00 horas, debido a un recurso interpuesto ante
la Suprema Corte por sus abogadas.
Se resguardaron en una casa de una Organización no
Gubernamental ubicada a unas calles de la prisión de Walls, donde tíos, primos,
hermanos, hijas, padre y madre y su nieta de seis meses esperaban el aviso para
ir a recoger los restos del mexicano que el 31 de enero de 1994 fue acusado de
asesinar al policía Guy Gaddis.
A petición de Édgar, ningún familiar suyo, ni
autoridades mexicanas, ni las abogadas de su defensa estarían presentes en su
muerte anunciada. En este día su padre Héctor no quería declarar más a la
prensa. “Ya lo que hablamos ya pasó, ya llegó el día”. Las oraciones y cantos
afuera de la prisión hacían creer que se alcanzaría el milagro.
Héctor había establecido desde unos días antes
exactamente lo que quería hacer cada uno de los tres días previos a su muerte.
Todo estaba establecido en una especie de horario día por día. El nombre del
documento es “reloj de la muerte” (death watch).
Aproximadamente a las 20:50 horas se informó que la
Corte Suprema de Estados Unidos había rechazado los recursos legales para
suspender la ejecución de Tamayo.
El protocolo de la muerte se inició y un estruendo
provocado por el tronido de los escapes de policías en retiro dio paso a una
simbólica celebración que realizaron los ex compañeros de Gaddis en apoyo a la
familia que desde las 5 de la tarde llegó al lugar para presenciar éste, al que
llamaron los defensores de derechos humanos, “asesinato legal”.
Los testigos de la ejecución, entre ellos cinco
reporteros, alcanzaron a escuchar el ruido de afuera del edificio de la prisión
de Walls, donde Tamayo dijo, horas antes “20 años ha sido mucho, estoy listo”.
Presenciaron su muerte 31 personas, entre ellos cinco
familiares de Gaddis. En el procedimiento una inyección con una fuerte dosis de
Pentobarbital en el brazo de Tamayo, a quien minutos antes le preguntaron si
quería decir sus últimas palabras: “mnmn”, musitó para expresar su negativa.
La dosis letal fue inyectada a las 9:15 de la noche y
fue declarado muerto a las 9:32. No hubo palabras de Édgar, pero tampoco ningún
movimiento. Permaneció con los ojos cerrados. “Si puede quedar de consuelo para
la familia de Édgar, parecía que estaba tranquilo”, dijo Patricia Estrada,
reportera de Semana News de Houston, al término de la ejecución, donde estuvo
como testigo.
Unos 50 reporteros esperaron afuera la confirmación.
Salieron los voceros del Departamento de Justicia de Texas para hacerlo
oficial. La madre Gayle Gaddis y el hermano Gary dieron unas palabras a la
prensa, a la que le agradecieron que este proceso hubiera concluido y enviaron
sus condolencias a la familia de Tamayo.
“Espero que este acontecimiento no separe a nuestras
comunidades, porque lo único que buscamos es la justicia”, dijo Gary en
español.
Pasarán unos cinco días para la repatriación del
cuerpo de Édgar a Miacatlán, Morelos, donde viven sus padres, quienes hasta
antes de las 5 de la tarde de ayer lograron escuchar por última vez a Édgar vía
telefónica, él desde la prisión y ellos desde la casa que les prestaron. Por la
mañana estuvieron sus padres y sus hijas cuatro horas con él en la prisión de
Polunsky. A las 2 de la tarde llegó a la prisión de Walls, donde hubo esperanza
por algunas horas.
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